Estas vacaciones he estado en un lugar maravilloso: Lanzarote. Es raro, es inhóspito, es duro. Gran parte de su superficie está cubierta por rocas de lava solidificada, negra, marrón, caliente... parece imposible que allí pueda vivir nada. Y sin embargo, de vez en cuando, ves un minúsculo bichito o una planta que se aferra a un poco de rocío, a unos mínimos nutrientes, y consigue ser feliz allí. Eso fue lo que más me gustó: observar cómo la vida siempre se impone, a pesar del fuego, de las duras condiciones.
El resto de la isla es amable, con sol que no duele, con piedras redondeadas por las olas, océano limpio y fresco... y cactus. En Lanzarote no hay árboles, tan solo alguna palmera aislada, pero sí hay cactus por todas partes. Y lo mejor de lo mejor, lo más de lo más para una persona a la que le gustan las plantas, es que César Manrique proyectó un jardín de cactus, con especies de todo el mundo. Si vais por allí, visitadlo porque merece la pena, os dejo unas fotitos de lo que os podéis encontrar.
Toda esta introducción sirve para dar un poco de envidia a los que aún no se han ido de vacaciones, y para contaros que yo hice mi propia versión, para tener un mini-jardín de cactus en una casa que por desgracia no tiene luz natural.
Mis cactus son de ganchillo, claro está.
Ventajas:
no hace falta ponerlos al sol. No se mueren si te vas de vacaciones y se
te olvida dejárselos al vecino. Puedes tenerlos en la oficina y ser el más
molón.
Desventajas: no crecen. Y siempre es una alegría
ver crecer a las plantas que uno se esmera en cuidar... quizá lo mejor
sea tener las dos versiones, una que pincha y otra que no.